sábado, 2 de abril de 2011

Josecito, un gran amigo de la infancia

El otro día estuve hablando de Don Francisco, el vecino de al lado de casa (ya contaré novedades de aquel asunto). Pero eso me hizo recordar hermosos momentos de mi infancia, cuando la vereda de casa era una placita llena de amigos. Por eso hoy voy a recordar un poco al Josecito.

El Jocesito

El Josecito, asi le decíamos y así se llamaba, era un chico que vivía como a diez cuadras de casa, pero siempre venía a jugar con nosotros. Un pibe bárbaro. Por su forma de vestir parecía un nene de los años cincuenta, con zapatos, pantalon corto y camisita. Como si eso fuera poco usaba anteojos, como completando el estereotipo de nene de esa época. Hoy también podría decirse que respetaba el estereotipo del traga, pero no lo era. Simplemente sus padres, chapados a la antigua, lo vestían y peinaban de esa manera.

Y justamente por esa razón los nenes lo discriminaban en la cuadra donde vivía, lo tildaban de traga, de tonto y vaya a saber cuantas cosas más. Pobre Josecito. Por eso, y de a poco, empezó a alejarse de su cuadra y a buscar nuevos horizontes y amigos con quienes poder jugar. Cualquiera pensaría que era un nene retraído, tímido y miedoso, pero nada más lejos de la personalidad de Josecito.

El iba a otra escuela, así que tampoco nos conocía, pero un día mientras jugábamos a la mancha se paró frente a nosotros y nos preguntó si podía jugar. Mirá si era tímido el Josecito! Pararse frente a diez salvajes y preguntarles si querían sumar a un desconocido a su diversión.

El ingreso de Josecito

De la misma manera que decidíamos casi todo, lo dejamos ahí y nos fuimos a la esquina a hablar del tema. Armamos una ronda y hablamos en secreto un rato. Eramos muy democráticos, casi todo lo decidíamos así, y lo que decidía la mayoría era lo que se hacía. Pero ese día no hubo mucha discusión. Aceptamos al Josecito por unanimidad. Si bien nunca volvimos a hablar de eso, creo que a todos nos impactó su actitud. Creo que si le hubiéramos dicho que no, hubiera seguido su camino buscando otro grupo al cual sumarse. Quién sabe cuántos otros lo habrían rechazado además de sus vecinitos.

Ese día jugamos a la mancha hasta entrada la noche. No indagamos mucho sobre su historia. Se despidió de todos y nos quedamos viéndolo doblar la esquina esperando volver a verlo al día siguiente.

Al otro día Josecito no apareció, y al otro tampoco. Nos habíamos divertido mucho ese día y la verdad que nos apenaba no saber nada de él. Finalmente el tercer día se presentó. Parece que el padre lo había puesto en penitencia porque había llegado muy tarde aquel primer día. Josecito había nacido poco antes de que su hermano mayor se fuera a la guerra de Malvinas y nunca lo conoció porque su hermano no volvió. Sus padres lo cuidaban y lo celaban mucho y Josecito, a pesar de su edad, creo que los comprendía. Hoy me doy cuenta de eso.

Una gran amistad

Y así comenzó una gran amistad, una de las más grandes de mi infancia. El Josecito era uno más, a pesar de no ser de las inmediaciones de la cuadra ni ir a la escuela con nosotros. Los padres tenían guita, así que Josecito siempre andaba con plata encima y nos compraba cosas en el kiosquito de Nancy. Estaba bueno eso, nosotros eramos unos secos. Pero no lo queríamos por eso, no nos importaba si nos compraba un helado a todos o no. Por eso, cuando él no tenía plata, juntabámos nosotros y compartíamos algo entre todos. Yo creo que esas cosas hicieron que él también nos quisiera. Una vez nos contó que siempre sus ocasionales amigos estaban con él porque compraba cosas en los recreos, y con nosotros se dió cuenta lo que era una verdadera amistad. Me acuerdo el día que nos dijo eso y se me nublan los ojos, porque me doy cuenta que nosotros éramos buena gente, y la pucha que lo éramos! a pesar de lo que decían algunas viejas del barrio.

Josecito salía todos los días de la escuela, comía en su casa y se venía para nuestra cuadra. Pasábamos horas juntos, eramos un grupo muy lindo. Un día llegó con una bicicleta que le había comprado el padre, y vino para mostrarnos y enseñarnos a andar en bici. No lo podíamos creer. Nos costó mucho, sobre todo porque era una sola bicicleta para diez pibes, pero todos aprendimos a andar en bici gracias a Josecito. Creo que no conocía el egoísmo, todo lo que tenía lo compartía.

Fueron años maravillosos. Con Josecito nunca te aburrías. Según sus viejos, era muy tranquilo y callado, pero cuando se juntaba con nosotros se transformaba. El padre estaba contento porque Josecito nunca se integraba en la escuela o con los chicos de su cuadra, pero con nosotros era distinto. Por eso siempre que pasaba y nos veía, también nos compraba algo en el kiosco.

Las últimas semanas

Un día, despues del mediodía, estábamos jugando a la payana en la vereda y lo vimos venir muy triste. Cuando se sentó con nosotros se largó a llorar. Pensamos lo peor. No nos animábamos a preguntarle qué le pasaba. Finalmente se calmó, nos miró a los ojos y nos dijo que se iba, que nunca volvería a jugar con nosotros.

Resulta que el padre tenía que radicarse en Tucumán por trabajo y se mudaban. Fue un baldazo de agua helada para todos. Se terminaba el año y al siguiente empezábamos la secundaria. Durante ese año habíamos estado planeando cómo sería ir al secundario todos juntos. Creíamos que nuestro tiempo nunca terminaría, que toda la vida íbamos a estar jugando en la vereda.

No miento si digo que fue uno de los golpes mas duros que me dio la vida. Y para todos fue así. Las siguientes semanas ya no fueron iguales, Josecito había días que no venía. Pero cuando venía, tratábamos de divertirnos y aprovechar el tiempo al máximo.

La semana antes de irse, el papá de Josecito nos llevó a todos al Shoppylandia, el parque de juegos del Shoping Sur. Debe haber sido la tarde más linda de mi infancia. Cierro los ojos y me parece que estoy ahí.

La despedida

Finalmente llegó el día. Josecito pasó por la casa de cada uno de nosotros a saludar a nuestros viejos, y asi nos fuimos sumando y lo seguimos hasta la casa a darle el adiós. Esas diez cuadras fueron larguísimas, algunos llorábamos, abrazábamos a Josecito, pensábamos si había algo que pudíeramos hacer a último momento para cambiar la historia. Pero no había nada que hacer.

Llegamos a la casona de Josecito, que ya tenía el cartel de "Se Vende", y nos recibieron sus padres con lágrimas en los ojos. El camión de la mudanza ya estaba listo para partir y llevarse para siempre a uno de los pasajes más lindos y entrañables de nuestra infancia. En esa casa también habíamos estado varias veces. En los cumpleaños de Josecito eramos los únicos invitados. Por aquellos años fuimos sus únicos y verdaderos amigos. Y fue recíproco.

Partió el camión y el papá de Josecito puso en marcha el Peugeot 505 para seguirlo atrás en su travesía al nuevo hogar. Y comenzaron los abrazos. Pocas veces abracé tan fuerte a alguien como esa tarde a Josecito. No lo quería largar. No quería que se vaya. No queríamos que se vaya. El papá -un gran tipo- nos pidió perdón y nos abrazo uno por uno. La madre lloraba ya sentada en el auto. Josecito subió atrás y el auto arrancó.

Corrimos dos cuadras al lado del auto hasta que agarraron la avenida. Cuando empezó a acelerar, Josecito bajó el vidrio y nos grito al borde del llanto:

- "Gracias chicos, nunca me voy a olvidar de ustedes!!"

Nos quedamos parados en la esquina viendo como se alejaba. Cuando ya no lo vimos más, nos quedamos un buen rato ahi parados, como esperando que vuelva. Ninguno quiso ser el primero en proponer que volviéramos a casa. Cuando las lágrimas se empezaron a secar emprendimos la vuelta. Cada uno sabía que a pesar del llanto y que ya nada sería igual, la vida continuaba. Como hombrecitos que ya éramos íbamos a sobrellevarlo. Sería uno de los primeros golpes que nos daría la vida. Mas no el último.

Siempre serás mi amigo

Despúes de aquello recibimos dos cartas de Josecito. Nos contaba que había empezado con el pie derecho en la escuela y había hecho buenos amigos. Fue una alegría saberlo. También nos decía que se la pasaba extrañándonos. Pero después de esas dos cartas, nunca más supimos de él.

Mi papá me contó que se lo encontró al viejo de Josecito en el edificio de Rentas hace unos 5 años y le contó que Josecito se recibió de ingeniero y se estaba por casar y que estaban bien, pero nada más. Encima mi viejo, bastante salame, estando en la época del email, no fue capaz de pedirle un teléfono o alguna dirección donde contactarlo.

Por alguna razón, tanto Josecito como nosotros perdimos el contacto. Nosotros ya no somos aquellos que lo despedimos aquel día. Algunos se han ido también, pero cada tanto nos juntamos. Sin embargo con Josecito fue distinto. Supongo que si hoy nos juntáramos con él no tendríamos mucho en común. La adolescencia nos cambia mucho y esa etapa la vivimos separados. El tendrá otras amistades, otras ideas, otros intereses, y nosotros también claro. Tal vez -aunque me moleste pensarlo- sería un error volver a vernos, podría ser una desilusión. Que aquel nene de pantalón corto y anteojitos con el que tantos momentos hermosos pasamos, no sea el que recordamos con tanto cariño. Seríamos desconocidos.

Pero a pesar de eso, espero que podamos vernos de nuevo alguna vez, aquellos sentimientos tan sinceros de nuestra infancia no pueden haber muerto. Y para mí, el Josecito, siempre será unos de mis mejores amigos.

Diego Arregui

1 comentario:

  1. Que buena historia Diego, mira como fui a parar a leer esto por casualidad entrando en una imagen del peugeot 505!.

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